Abre las puertas de esta despensa...

De pequeño, mi repulsión irracional hacia el deporte, y mi obtusa tendencia a estar solo, propiciaron que mi deporte favorito consistiera en encerrarme en la despensa de casa, justo bajo la escalera.Tan confinado espacio, repleto de latas de conserva, pastas, legumbres y botes de Cola-Cao, fue campo de cultivo ideal para las semillas que mi imaginación derrochaba, como era propio a mis escasos años. Fui allí presentador, mago, científico loco y decorador del Un, Dos, Tres... Fui todo lo que quise en cada momento. En modesto homenaje a aquel cubículo preñado de ilusión, vaya este blog donde ser otras mil cosas, ahora que los años no son tan pocos...Abre la puerta y entra en mi despensa, tal vez, aunque sea por un segundo, tu ansia de curiosidad infinita sea, como lo fue la mía en su momento, saciada.

PS. Se admiten comentarios y crítica constructiva, al fin y al cabo es la mejor base para mejorar.



jueves, 27 de mayo de 2010

Jueves Sin Agua

La aurora rasga potente y radiante el papel oscuro de la madrugada. Diez mil golondrinas, oscuras mañaneras ruidosas, juegan a pelear entre gorjeo y grito de teja en teja. Ya hace calor, a pesar de la hora. Un velo grana de lentejuelas doradas se va esparciendo suave sobre el pueblito, medio despierto, rozando apenas azoteas y tejados, preñando todo de púrpura.

No me apetece levantarme. El colchón me abraza con no sé qué fuerza de amante insatisfecho, rogándome que no me vaya aún. La vocecilla obcecada de la obligación me llama desde un recóndito rincón del alma… desde los edificios, las montañas… tan lejana parece.

Mis ojillos se abren despaciosos, con difucultad, como la boquita de un niño que rechaza más alimento, igual de sucios por el sueño recién interrumpido. Necesito una ducha que me abra del todo ojos y demás sentidos.

Bajo la escalera, zombi, maquinalmente, pisando casi el desorden que a sus pies he logrado amontonar en meses de descuido y enfermedades imaginadas. La pintura repelada de cada rincón de la estancia me recuerdan trabajos por hacer y un invierno de agua interminable filtrándose a través de los muros como a veces la tristeza traspasa un corazón caliente. También el patio es un caos descontrolado de tareas congeladas por el diluvio invernal, aderezadas ahora con espontáneos jaramagos, malvas y otra flora silvestre que nadie ha sembrado.

Necesito una ducha. Mi cuerpo desnudo, velado entre mis ojos legañosos y el espejo, es un guiñapo blancuzco manchado de vello ceniciento. Nunca me ha gustado verme reflejado si no era a voluntad propia, menos aún con esta desnudez temprana sin fuerza. Giro el grifo. Un gruñido sordo como la carraspera de un abuelo anuncia lo que menos necesito: No hay agua. Una vez más.
Ayer pasó, lejana entre los edificios, la voz cascada de un altavoz que anunciaba quién sabe qué. El tapicero, supuse, o un vendedor ambulante cualquiera que no se dignó subir callejuela arriba por donde está mi puerta. Ahora puedo imaginar lo que pregonaba la voz enlatada del megáfono, un corte del suministro de aguas. Como tantas veces.

Hay que improvisar, pues… pero no me queda agua embotellada, y lavarme con zumo de naranja no me parece lo más recomendable. Desodorante en axilas y medio litro de gomina en mano me recuerdan que, a pesar de los años que ya corren, hay veces que resulta como si Fuente se hubiese estancado, como el agua turbia, tesoro de aves exóticas, de su famosa laguna, en un tiempo que ahora queda lejano.

“Todo tiempo pasado fue mejor”. Tal vez por eso, más que fastidiarme, este tipo de incidente tan regular, suele pintarme una sonrisa en el rostro: puedo volver atrás sin máquinas del tiempo hechas de fábula. Además, ciertas carencias puntuales, como algunos excesos, dan doble valor a sus opuestos. “Al mal tiempo, buena cara”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario