Abre las puertas de esta despensa...

De pequeño, mi repulsión irracional hacia el deporte, y mi obtusa tendencia a estar solo, propiciaron que mi deporte favorito consistiera en encerrarme en la despensa de casa, justo bajo la escalera.Tan confinado espacio, repleto de latas de conserva, pastas, legumbres y botes de Cola-Cao, fue campo de cultivo ideal para las semillas que mi imaginación derrochaba, como era propio a mis escasos años. Fui allí presentador, mago, científico loco y decorador del Un, Dos, Tres... Fui todo lo que quise en cada momento. En modesto homenaje a aquel cubículo preñado de ilusión, vaya este blog donde ser otras mil cosas, ahora que los años no son tan pocos...Abre la puerta y entra en mi despensa, tal vez, aunque sea por un segundo, tu ansia de curiosidad infinita sea, como lo fue la mía en su momento, saciada.

PS. Se admiten comentarios y crítica constructiva, al fin y al cabo es la mejor base para mejorar.



lunes, 10 de diciembre de 2012

TRAZOS


Perdido en el brillo aterciopelado de tu pupila negra, viajan sin rumbo los trazos, inocentes y juguetones, que mi laxa muñeca dejó escapar aquella tarde en el parque de papel mientras deshojaba quince años sobre la almohada dura y grabada de un banquito de madera...

 

Volaron los trazos, agarrados tan fuerte a mis lágrimas aladas, por campos y playas, por edificios y pasillos, por platos de porcelana y tazas de café... Saltaron de lugar en lugar, como las pulgas de un circo alimentado por la imaginación aniñada que aún consume cada neurona de mi alma... Del pozo al barco, de la piedra al bosque, del bosque al museo, del museo al colchón, del colchón al teatro, del teatro a la platea, de la sonrisa al dolor corrosivo, de la esperanza al suicidio... Volaban, volaban, sin jamás detenerse...

 

Y compraron mis trazos de enamoramiento, de tensión sexual no resuelta, de amor masoquista o de capricho pueril, compraron, digo, mis trazos, disfraces dispares... y fueron periodistas y estudiantes de arte, y semi-vagabundos, inmigrantes ilegales o profesores, y transportistas y adonis caprichosos, y niños de papá, y anuncios de moda y cantantes de éxito, dependientes, carteros, compañeros, amigos, electricistas y músicos y jefes y empleados y carne lasciva y dibujos animados...

Y jugaron a los detectives y me siguieron por el mundo, aprendieron idiomas y me hablaron en Francés, Italiano, Polaco, Ruso, Búlgaro, Andaluz y Catalán, Inglés y Swahili...

 

Y me siguieron, me siguieron, me siguieron... ¿O era yo quién les encontraba? Que ellos estaban perdidos, desde aquél día fatal que mi laxa muñeca les dejó escapar, por la punta de un grafito, al parque de papel...

 

Y les encontraba en colegios y en Facultades, en la calle o en las tiendas, tras la barra de un bar, pasando la fregona a un local destartalado, o esperando en un hotel, o reponiendo en un supermercado sin glamour... o en portadas fantásticas que sin neón brillaban, en películas  o pisoteados en una acera, o manifestándose contra la injusticia, o sentados en un yate al que no me invitaron, o en ropa interior desde una caja elegante de ropa interior, o teniendo sexo salvaje y gratuito en lugares recónditos con otros hombres...

 

Y alguna vez tuve suerte... y llegué a tocarlos, y a besar a alguno... pero cuán de repente desaparecían sin dejar el mínimos rastro negro del grafito difuminado... Y alguna otra vez tuve suerte también y les fotografié en desnudez simple y ardiente, inocentemente lujuriosos, carnalmente impenetrables y tan sondeados en pensamiento que mi cabeza a veces se llenaba de rayones grises de grafito enfadado, de llanto negro como el carbón negro... y los ojos difuminados en gris como una mala noche sin sueño...

 

Pero no pude atraparles... No a aquellas chispas de mi razón imaginada, de mi deseo asfixiado, que un día escaparon por los parques de papel del mundo, reinventándose a cada paso, a cada salto, a cada muerte... y consintiendo ser siempre los mismos para que pudiera reconocerles en los andenes del metro, bajo los arces, sobre una butaca, dentro de un coche o tendidos en la hierba alta, o subidos a una yegua con el torso al viento, colgados de la luna con los ojos como platos, titubeando sobre las aguas preñadas de diamantes... siempre fieles a su esencia para que jamás pasara de largo al verles...

 

Y hoy, de nuevo, perdido en el brillo aterciopelado de tu pupila negra, he visto jugar a uno de los trazos, mientras otro de ellos abrazaba con pasión los ocres amarillentos que te envolvían el pecho marmóreo, o acentuaba el trasero embutido en aquellos vaqueros que ya sabía dibujado en mis trazos hace tanto, hace tanto... Y los trazos han sonreído en una colección desordenada, y armónica, de dientes que no van a rozar mis labios... Porque he empezado a llover de nuevo y los trazos, como de costumbre, tomarán el barco sin rumbo que partirá de estas lágrimas de frustración para esta vez, ¿Quién sabe?, Tal vez, llegar a algún puerto donde se sirva la esperanza en plato frío... que, en caliente, todo es demasiado efímero...

 

Trazos, trazos, trazos...