Cerró de un carpetazo
el libro de cuentos
y comprobó, contrariado,
que las casas
no acababan en triángulo,
ni tenían ventanas redondas,
las casas eran planas, cuadradas...
y las puertas,
rectas.
El tejado,
sin tejas.
En su pueblo
no había bosques,
no encontraba arbustos siquiera,
sólo el movimiento incierto
al viento de la tarde
de los olivos quietos,
su marcha draconiana,
militar y ordenada,
en verdes viejos
de soldado oleico
por la paz.
En las páginas cerradas de aquella fábula
ninguna niña
vestía con caperuza.
Aunque los lobos hablaban,
y los cerdos
construían,
las princesas no encontraban al galán
por un zapato perdido
y besar a una rana...
era de enfermos.
Fuera de aquellas tapas de cuerecillo multicolor
el mar quedaba lejos,
los barcos colgaban de las paredes
o en alguna estantería,
los palacios eran mentira,
el pelo más largo apenas
llegaba al culete de Silvia
y no conseguía imaginar
el rostro de una chica
blanco como la nieve...
Allí jamás nevaba...
¿Qué era una Madrastra?
¿Qué era una hermanastra?
¿Porqué al final, simpre, invariablemente,
Alguien resultaba muerto?
Dejó caer, contrariado,
al suelo el libro de cuentos,
no le gustaba ese mundo,
el mundo, su mundo,
era, sencillamente,
otro.
miércoles, 5 de mayo de 2010
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