Se acarician a menudo. Muy despacio, quién sabe si siguiendo una cadencia musical
inaudible para los demás. Las manos y los
brazos, los antebrazos para ser exactos, solamente; al menos en mi presencia.
Apenas se me ocurre adivinar el cariño que entre aquellas pieles fluye de
manera tan pura, casi por descuido. Nada percibo de romántico, o sexual, en aquellas caricias - tampoco
hubiera importado, de haber sido así -, son simples, al tiempo que grandísimas, muestras de apoyo, de compañerismo. Una suerte de “aquí estoy para ti” sin mediar palabra.
Observar aquellos gestos mientras les hablo
o explico algún asunto, sin mayor
trascendencia que el examen para el que se preparan, ser testigo de aquellos diálogos que nadie puede registrar por
escrito, relaja sobremanera mi agitado interior, me calma, hace que me broten
sonrisas por las pupilas; me recuerda de algún modo que no está del todo fuera de lo posible la verdadera existencia de esa
palabreja tan mal usada y desgastada por filosofías, credos o religiones varias: armonía.
O hermandad,
O amor.
Tal vez sea amor.
Posiblemente sea amor.
Amor condensado
lo que destilan esos dedos, masculinos o femeninos, que pasean lento aquellas femeninas
o masculinas lomas de piel sin otra meta que reconocerse mutuamente en el otro.
Armonía es lo que respiro cuando estoy con ellos, cuando debatimos
acaloradamente incluso. Cuando se hace el silencio para que lo rompa una voz
foránea a través de un audio que no se oye demasiado
bien.
Armonía e interés. Interés y ganas. Ganas y eficiencia. Eficiente
arma contra mis miedos.
Sanador elixir de la mano de aquellos a
quienes, en una primera impresión, otorgué la errónea etiqueta de críos. Un grupo de alumnos más.
Con creces me demuestran, sesión tras sesión, que de críos nada y de un
grupo más… pues mucho menos.
Y todo ello me da vida, da sentido a lo que
hago, me anima a dedicar mi sesteo vespertino a indagar en mi subconsciente
sobre temas, anécdotas o vivencias
que compartir con ellos para enriquecernos mutuamente. ¡Me están enseñando tanto! ¡Tanto aprendo de ellos!
Las dulces pausas de Lola, su cancioncilla
eterna en cada fraseo, su inestimable simpatía, esa sonrisa que ilumina los eneros más crudos, su sola presencia. Los ojos benignamente inquisidores de
Elena, curiosidad toda de verde agua, sed de conocimiento insaciable, serenidad
inquieta, feminidad contundente y madurada.
La inagotable respuesta y contraargumento de Alejandro, desde el cariño, la firmeza y una madurez y un corazón que superan incluso su altura.
La aparente laxitud de Pepe, cuya mente insondable explora sin cesar tras esos ojillos enmarcados en negro intenso mares multicolor plagados de sepia meditativa.
La moderación rotunda, fundamentada y honesta de Elena, su consenso innato, su infinita capacidad de aportar con cada intervención sin pisotear a nadie y sin dejarse pisotear.
La inescrutable mirada de Juan Carlos, creador de historias cuyos derroteros van más allá de las vísceras, siendo totalmente visceral y entregado en lo que emprende, pugnando por dejar salir todo lo que, sin duda, hacia adentro le sale y le llena…
La inagotable respuesta y contraargumento de Alejandro, desde el cariño, la firmeza y una madurez y un corazón que superan incluso su altura.
La aparente laxitud de Pepe, cuya mente insondable explora sin cesar tras esos ojillos enmarcados en negro intenso mares multicolor plagados de sepia meditativa.
La moderación rotunda, fundamentada y honesta de Elena, su consenso innato, su infinita capacidad de aportar con cada intervención sin pisotear a nadie y sin dejarse pisotear.
La inescrutable mirada de Juan Carlos, creador de historias cuyos derroteros van más allá de las vísceras, siendo totalmente visceral y entregado en lo que emprende, pugnando por dejar salir todo lo que, sin duda, hacia adentro le sale y le llena…
Sé que les voy a echar de menos; y no poco. Sé que lloraré el día en que nuestros
encuentros se tornen dispersos e irregulares; y mucho.
Se acarician a menudo. A mí me han acariciado el alma y las
entendederas; es con esa caricia con lo que voy a quedarme, allá donde nos lleven nuestras sendas.
Ya todos, queramos o no, formamos parte de
la existencia de los demás. Y la existencia
de este grupo posee ya una habitación de honor en mis sentimientos.
Porque les quiero; no hay otro modo de
decirlo sin mentir.
Caricias a todos for evermore.
¡Gracias!