Abrió los ojos la palomita, y aún estaba oscuro.
Hacía frío por todas partes y estaba oscuro todavía.
La palomita movió espasmódicamente los párpados oxidados y se percató del oscuro que la sepultaba.
El frío aún entumecía sus alas tiernas. Sonaban en la distancia ruidos amortiguados por la oscuridad. Confusos. Una campana en una torre, un gallo en un corral.
Abrió los ojos más la palomita. Intentaba penetrar la negrura sólida, sórdida y extraña que aún la sepultaba.
Cada vez más cerca, cada vez más fuerte, colábanse los sonidos entre la espesura. Abriendo los ojos, empezó a comprender la palomita.
Amanecía en derredor, pero el sol aún no se veía. Los signos sin embargo, eran inequívocos. Las campanadas de la torre, el desgañitado canto del gallo, el olor a rocío entre las piedras.
Aún estaba oscuro, a pesar de los ojos abiertos.
Saludaba ya la torre los primeros hilos de color naranja madrugador. Restregaban los zagales sus legañas entre bostezos, corrían los perros por la calle a trote suave. Todo se despertaba en derredor. Dentro, sin embargo, seguía oscuro.
Separaba a conciencia la palomita sus párpados oxidados, reuniendo las fuerzas que creyó extinguidas durante la noche. Noche mal dormida en aquella loma desierta, sobre aquél árbol muerto y quebradizo, que tan recio se le antojó en la confusión del crepúsculo. Separaba a conciencia los párpados…¡Le costaba tanto ver! Cerró los párpados en un quejido sordo
La noche había sido larga, insidiosa, extrañamente atípica. Abrió los ojos la palomita una vez más… ¡También ella quería amanecer!
Respiró fuerte a través de su piquillo mojado y breve. Notó cómo se inflaba entera, cómo se desperezaban sus alas tiernas de junco temprano. Tomó conciencia de su despertar difícil, y esperó.
Esperó…
Volviéronse a un tiempo todas las caras hacia la loma yerma del árbol muerto. Un estrépito de inmensos cristales rotos invadió los corazones.
Saltó en pedazos, volando en cada dirección, la sepultura negra de oscuridad fría. Un ruido inmenso como la música del cielo clavó a todos en sus sitios. El pregonero dejó su griterío, el perro cesó su ladrido, la viuda cesó su llanto impostor. Y en medio del estruendo se forjó un ensordecedor silencio de alma nueva. Despertar tranquilo. Amanecer poderoso.
Volvió a romper el silencio un ruido, mayor si cabe, que los anteriores. Un ruido de alas tiernas desplegadas. Alas rotundas como montañas. Alas inmensas. Alas infinitas.
El fragor de aquellas naves eclipsó por un instante al sol. El pueblito quedó en penumbra blanca, bajo aquel manto de envergadura fantástica.
Sobre la loma, un ángel, un animal, un espíritu, una maldición, un milagro… Nadie se puso de acuerdo. Tembló el suelo en un calor atronador que no dejó un solo corazón quieto. Volvían a ladrar los perros enloquecidos, calló de alegría el pregonero, estalló en carcajadas la viuda en su libertad estrenada…
Abrió los ojos la palomita, hacía rato que había salido el sol.
Sobre la loma, tras la oscuridad pesada rota de un plumazo, la palomita se desperezaba en una sonrisa magnífica de alas abiertas.
miércoles, 3 de marzo de 2010
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