Abre las puertas de esta despensa...

De pequeño, mi repulsión irracional hacia el deporte, y mi obtusa tendencia a estar solo, propiciaron que mi deporte favorito consistiera en encerrarme en la despensa de casa, justo bajo la escalera.Tan confinado espacio, repleto de latas de conserva, pastas, legumbres y botes de Cola-Cao, fue campo de cultivo ideal para las semillas que mi imaginación derrochaba, como era propio a mis escasos años. Fui allí presentador, mago, científico loco y decorador del Un, Dos, Tres... Fui todo lo que quise en cada momento. En modesto homenaje a aquel cubículo preñado de ilusión, vaya este blog donde ser otras mil cosas, ahora que los años no son tan pocos...Abre la puerta y entra en mi despensa, tal vez, aunque sea por un segundo, tu ansia de curiosidad infinita sea, como lo fue la mía en su momento, saciada.

PS. Se admiten comentarios y crítica constructiva, al fin y al cabo es la mejor base para mejorar.



sábado, 12 de junio de 2010

Álex

Dedicada esta entrada a uno de mis mejores amigos, y una de las personas a las que más quiero en el mundo... ¡Cada día me alegro más de que en el corazón haya espacio para tantos de vosotors! Un abrazo para tí en particular, muchachote. recuerda siempre que eres grande.


A veces salía a caminar conmigo. En uno de mis arrebatos veraniegos por perder peso, que iban y venían como las fugaces tormentillas propias de la estación, se ofreció a acompañarme. Bien sabía yo, Madre, que lo suyo no eran las caminatas, ya fueran lo largas que uno quisiera prolongarlas por darles algo más de interés o efectividad. Lo suyo era el deporte, la carrera, la fuerza, la resistencia juvenil de un corazón incansable y unos músculos preñados de vida... No el tranquilo paseo de un poetilla de treinta y pocos. Mucho más agradecía yo entonces su paciente compañía en aquellas llanas caminatas anaranjadas de sol mortecino.

Yo le veía, desde la ventana, acercarse despacio a casa como una rotunda sombra chinesca recortada por el sol de la tarde que le envolvía como un halo envuelve a un dios griego. Tan hermoso era, Madre, tan irreal me parecía.

Recuerdo la primera vez que colisioné por dentro con aquellos ojos suyos de profundo aljibe verdinegro, en la fiestecilla nocturna que despedía a aquella señora inglesa, gordota y roja toda ella como una sandía abierta.

Casi sin querer, distraídos con el ir y venir de los que festejaban, mis ojos se posaron, primero, en unas piernas semidesnudas. Columnas romanas de tez aceitunada en roble macizo. Luego, al instante casi, en sus ojos, aquellos que jamás habían reflejado estas lánguidas pupilas mías… aquellos ojos, ecos acuosos de un alma esmeralda que alzaba la voz en tímidos susurros incongruentes de ilusión frustrada. Faros de luz albahaca emanada de irreales fondos marinos. El todo por la parte y la parte por el todo.

Jamás pensé en él como una persona que mirase. Sus ojos iban más allá. Álex te hacía nadar, supieras o no, en aquellos marecillos redondos de reflejo amazónico, te engullía con su mirada, como un torbellino de agua limpia de verde frescura, sin gula y sin prisa, arrastrándote hacia su noble profundidad sin ahogarte nunca… acunándote siempre con aquella sonrisa, blanco lienzo curvado en el marronzuelo limo de su piel tostada como la hora de la siesta.

Caminaba fuerte, como todo él. Seguro, decidido. Con una rotundidad limpia y fecunda, separando un poco las piernas en un contoneo masculinamente insinuado, exhalando hombría en cada poro de su paso firme.

“¿Qué jase?”

Espetaba las palabras en un dulce y divertido acento sin definición posible. A ratos, su voz se deslizaba suave entre los labios, vivos y granas como dos corazones superpuestos, tranquila y atenuada por una adolescencia aún cercana. En otras ocasiones, su verbo era atronador y sensual, abrazando los oídos con la fuerza de un plantígrado, imponiendo aún con dulzura cargada de trueno, el timbre seguro del hombre en el que ya se había convertido.

Parloteábamos de cualquier cosa, sin censuras, sin recelos, sin falsas intenciones, sin pretensiones escondidas, con la honestidad misma que usan los animales, que tan bien saben vivir sin palabras. Sin palabras a veces conversábamos, en silencios largos de paso arrastrado y mirada perdida.

Yo le notaba perdido, en ocasiones, en medio de esa seguridad varonil que en él parecía predominar, como un niño que se hace el fuerte para ocultar su terror a ojos de los otros. En esos momentos me habría gustado poderle servir de guía ¡Vanidosa pretensión la mía! Yo estaba, en cualquier caso, más perdido que él, pero sin darnos cuenta, uno junto al otro, pisábamos una senda común que unía nuestros espíritus para formar algo nuevo que nada tenía que ver con la carne, como algún idiota llegó a pensar. La gente que carece de vida propia suele jugar a inventarse la de los demás…

Sin saber cómo, me hacía sentir nuevo cada día. La explosión pacífica de una amistad fuerte que aflora tiene a veces en mí ese efecto. Mi pensamiento, mis sensaciones todas, volvían a mi adolescencia en riadas templadas de un dulce licor que me atravesaba dejándome cada vez más limpio. Renovado. A su lado dejaba a ratos de tener treinta y pocos, retornaba a los quince, a las vacilaciones de aquellas dudas hechas chaval… A mi primer amor… aquél amor que nunca fue… ¡Idolatría vana en rojos, canelas y azules!

Se perdía mil veces mi mirada en su ser idolatrado por la humildad de su belleza misma. ¿Cómo se podía ser tan bello y no albergar la menor pizca de vanidad? Supongo que ahí residía esa hermosura, en la simplicidad de lo hermoso no aceptado. En la complejidad de creerse la nada cuando se es un todo infinitamente perfecto… ¡Qué raros somos los humanos, Madre!

A veces salía a caminar conmigo. Qué tardes eternas de caminata anaranjada y violácea como el ocaso mismo, qué ojos acuosos de charca viva, qué caminos de amistad tan sincera…

A veces salía a caminar conmigo, Madre Luna.

Pero bien sabía, a la noche, que nuestros pasos habían de divergir pronto… en esas noches, tú lo sabes mejor que nadie, cuántas lágrimas han caído, tristes, desganadas, por lo que no podía ser y por la certeza, agradables, comprensivas, de que la vereda de su felicidad estaba, irremediablemente, separada de la mía…

1 comentario:

  1. k guay tio muchas gracias en serio esta chulisimo eres un crak un abrazo tio y nuevamente muchas gracias

    ResponderEliminar