Abre las puertas de esta despensa...

De pequeño, mi repulsión irracional hacia el deporte, y mi obtusa tendencia a estar solo, propiciaron que mi deporte favorito consistiera en encerrarme en la despensa de casa, justo bajo la escalera.Tan confinado espacio, repleto de latas de conserva, pastas, legumbres y botes de Cola-Cao, fue campo de cultivo ideal para las semillas que mi imaginación derrochaba, como era propio a mis escasos años. Fui allí presentador, mago, científico loco y decorador del Un, Dos, Tres... Fui todo lo que quise en cada momento. En modesto homenaje a aquel cubículo preñado de ilusión, vaya este blog donde ser otras mil cosas, ahora que los años no son tan pocos...Abre la puerta y entra en mi despensa, tal vez, aunque sea por un segundo, tu ansia de curiosidad infinita sea, como lo fue la mía en su momento, saciada.

PS. Se admiten comentarios y crítica constructiva, al fin y al cabo es la mejor base para mejorar.



sábado, 22 de octubre de 2011

Invierno, siempre

Con las primeras gotas caídas en la superficie recalentada de mis baldosas frías, sentí que era el momento de cambiar. Bajé despacio las escaleras de felpa hasta aquella cabaña de tela abullonada, aquél refugio de montaña subterránea donde siempre era invierno. Siempre era invierno a pesar de que el frío era un forastero no bienvenido a aquellas fiestas en soledad acompañada. Él nunca era invitado a pasar...curioso... sin él, nada de esto tendría sentido. Seguía todo en orden, como en el frío pasado; La chimenea encendida, relumbrando sus colores juguetones de naranja eléctrico en las paredes de tergal. Los sillones de cada forma imaginable dispuestos en torno al hogar, cada uno más cómodo que el que tenía al lado. Los incontables cojines que ablandaban la estancia con sus abrazos suaves y sus caricias estampadas. Las bomboneras repletas de chocolates en miríadas de formas caprichosas y atrayentes. Diez mil y una alfombras cubriendo los suelos de algodón con motivos árabes, cubistas, expresionistas... acogedores todos. Todos conteniendo gamas cromáticas imposibles... luminosidad extasiada... Pasé el salón, no sin dejar sobre la mesa una caja nueva de velas perfumadas que no sé qué duendes se encargarían luego de encender para toda la estación. Fuí directamente, pasando por la biblioteca de líneas curvas y sensuales, repleta de libros leídos e historias por descubrir, a través del pasadizo del lado izquierdo, hasta la habitación pequeña del sillón viejo y las cajas de cartón. Cajas de cartón apiladas hasta el infinito en aquella aparentemente pequeña estancia... cajas de cartón que olían a tiempo esquivo y a manta sin utilizar... cajas de cartón que desprendían el calor mismo de un amante silencioso en la cama al llegar el amanecer. La habitación de las cajas no tenía ventanas. Tan sólo una puerta chiquita que se abría solo de cuando en cuando al final del pasadizo; a pesar de ello, desde esa estancia se veía mejor el mundo de invierno que rodeaba la casa... se soñaban mejor las castañas asadas en mitad del bosque blanco, los adornos navideños que flanqueaban los caminos y alumbraban al viajero desconcertado. Se olía mejor la hornada de magdalenas tiernas de la tía Virginia y se saboreaba mejor el chantillí que solía adornar sus tartas... Con las primeras gotas de Octubre, bajé despacio las escaleras de felpa que conducen al amasijo de retales que sustentan mi imaginación... y me adentré en un otoño eterno, que es dónde quisiera habitar, rodeado de mantas sin usar y cosas blandas que amortigüen mis caídas... Mi casita de tela, esa donde siempre, siempre, era invierno...

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